En el s. XIX era habitual que los artesanos de París decorasen en las trastiendas de sus talleres las piezas de porcelana, fabricadas en pasta dura, de color blanco lechoso y brillante que recibían de las fábricas de Limoges, Vincennes y más tarde Sevrès. Al tratarse de piezas destinadas a la venta por intermediarios, que podían eventualmente añadir algún elemento decorativo, los fabricantes no solían incluir sus marcas identificativas. Eso ocurre con esta excepcional vajilla, que no tiene monograma alguno que nos dé pistas sobre su origen. Solo el desgaste y la pátina del tiempo, advierten a los ojos expertos sus excepcionales cualidades.
Como se puede apreciar en las fotografías, el motivo principal que decora esta vajilla son las rosas. Las hay diseminadas por toda la superficie de cada pieza y también en los bordes, donde forman guirnaldas de flores con detalles en gris, azul y verde.Quizás el hecho de que en su época fue una vajilla de muchísimos más servicios, no menos de 24 , ha permitido que lleguen hasta nuestros días este gran número de piezas. Parece lógico pensar que los propietarios primigenios de esta vajilla debierón ser una acaudalada familia de la época, acostumbrada a ofrecer grandes banquetes para muchas personas. Hoy en día, esta vajilla es una rareza y un lujo sobre cualquier mesa. Cuando te encuentras con una porcelana elegante y distinguida como esta, tu imaginación vuela. Imaginas celebraciones familiares, momentos importantes de los que estos platos pudieron ser testigos.
La decoración dorada de las asas de la sopera y la legumbrera (oro de 24 quilates) se encuentra inusualmente desgastada, lo que nos hace suponer que fue añadida tras la coción. De cualquier modo no perdió su explendor.